miércoles, 1 de agosto de 2012

DHYANA POR LOS MAESTROS, enseñanzas sobre meditación - B.K.S. Iyengar




Dhyana significa “absorción”. Es el arte del autoestudio, la reflexión, la observación penetrante, o la búsqueda del Infinito interior. Es la observación de los procesos físicos del cuerpo, un estudio de los estados mentales y una concentración profunda. Supone mirar hacia el interior de nuestro ser más íntimo. Dhyana es el descubrimiento del Sí-mismo.

Cuando los poderes del intelecto y el corazón se hallan combinados de manera armoniosa, eso es dhyana. De ella procede toda la creatividad, y sus buenos y hermosos resultados benefician a toda la humanidad.

Dhyana es como el sueño profundo, pero con una diferencia. La serenidad del sueño profundo llega como resultado del olvido inconsciente de la propia identidad e individualidad, mientras que la meditación proporciona una serenidad que se halla alerta y consciente en todo momento. El sadhaka sigue siendo testigo (saksi) de toda la actividad. El tiempo cronológico y psicológico no tiene existencia en el sueño profundo n i en la absorción total. Al dormir, el cuerpo y la mente se recuperan de sus fatigas, sintiéndose frescos al despertar. En la meditación, el sadhaka experimenta la iluminación.

Dhyana es la integración total del que contempla, el acto de la contemplación y el objeto contemplado, al volverse uno. La distinción entre el conocedor, el instrumento de conocimiento y el objeto conocido se difumina. El sadhaka se torna vibrante, alerta y equilibrado. Se libera del hambre, la sed, el sueño y el sexo, así como del deseo, la ira, la codicia, el engreimiento, el orgullo y la envidia. Se muestra inmune a las dualidades de cuerpo y mente, o mente y sí-mismo. Su visión refleja su sí-mismo verdadero como un espejo bruñido. Esto es Atma-Darsana, el reflejo del Alma.

Jesús dijo que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Al reflexionar sobre el sentido de la vida, el hombre llega a la convicción de que dentro de su alma mora una fuerza o luz mucho más grande que el mismo. No obstante, en su caminar por la vida, se ve asaltado por numerosas cuitas y dudas. Al hallarse atrapado en un ambiente de civilización artificial, el hombre desarrolla una escala de valores falsa. Sus palabras y acciones van en contra de sus pensamientos, y el hombre se ve aturdido por estas contradicciones. Se da cuenta de que la vida está llena de opuestos –el dolor y el placer, la pena y la dicha, el conflicto y la paz. Ala vista de estas polaridades, el hombre se esfuerza por alcanzar un equilibrio entre ellas, así como por encontrar un estado de estabilidad que le permita experimentar la libertad con relación al dolor, la pena y el conflicto. En esta búsqueda, él descubre las tres vías nobles del conocimiento (jñana), la acción (karma) y la adoración (bhakti), las cuales le enseñan que su luz interior es la única guía que conduce al dominio completo de su vida. A fin de alcanzar esta luz interior, el hombre se entrega ala meditación o dhyana.

Para tener una noción clara de las verdaderas naturalezas del hombre, del mundo y de Dios, el sadhaka ha de estudiar los libros sagrados (Sastras). Es entonces capaz de distinguir lo real de lo irreal. El conocimiento de estas tres verdades (tattva traya) –el alma (chit), el mundo (achit) y Dios (Isvara)- resulta esencial para quien busca la liberación. Dicho conocimiento le proporciona penetración acerca de los problemas de la vida y su solución, al tiempo que robustece su Sadhana espiritual. Sin embargo, el conocimiento adquirido únicamente a través de la lectura no conduce a la liberación. Es mediante el valor y la fe inquebrantable en las enseñanzas contenidas en los libros sagrados, así como su puesta en práctica hasta que se vuelven parte de la vida diaria, que el sadhaka obtiene libertad por el dominio sus sentidos. Sadhana y el conocimiento de los libros sagrados son las dos alas con las que el sadhaka vuela hacia la liberación.

El hombre se debate entre dos caminos: uno lo arrastra abajo, hacia la satisfacción de deseos voluptuosos y gratificaciones de los sentidos, conduciéndolo a la esclavitud y la destrucción; el otro lo guía arriba, hacia la pureza y la realización de su Sí-mismo interior. Los deseos nublan la mente del hombre y velan su Sí-mismo verdadero. La mente sola conduce hacia la esclavitud o a la liberación. Es la razón o inteligencia del hombre la que, o bien controla su mente, o bien permite que se la domine.

Una mente desentrenada revolotea sin rumbo y en todas direcciones. La práctica de la meditación la coloca en un estado de estabilidad, y luego la dirige a avanzar desde el conocimiento imperfecto hasta la perfección. La mente y la inteligencia del sadhaka operan como un equipo integrado dirigido por su voluntad. El sadhaka halla armonía entre sus propios pensamientos, sus palabras y sus acciones. Su mente sosegada y su inteligencia arden como una lámpara en lugar protegido del viento, con sencillez, inocencia e iluminación.

El hombre posee grandes potencialidades latentes dentro de sí. Su cuerpo y su mente son como tierra en barbecho que espera ser labrada y sembrada. Un agricultor sabio ara su campo (ksetra), le proporciona agua y fertilizante, siembra las mejores semillas, atiende los cultivos con cuidado y recoge finalmente una buena cosecha. Para el sadhaka, su propio cuerpo, mente e intelecto son el campo que ara con energía y acción correcta. Siembra las semillas más finas del conocimiento, lo riega con devoción y lo atiende con incansable disciplina espiritual, para así recoger la cosecha de la armonía y la paz. Se convierte entonces en el sabio propietario (Ksetrajña) de su campo, y su cuerpo se torna un lugar sagrado. La germinación de las semillas de los buenos pensamientos (savichara), plantadas mediante una lógica sana (savitarka), confieren claridad a su mente y sabiduría a su intelecto (sasmita). El hombre se convierte en morada de gozo (ananda), ya que todo su ser se halla repleto del Señor.

El viaje a la luna y el espacio exterior requirió años de riguroso entrenamiento y displina, estudio profundo, investigación y preparación. El viaje hacia dentro del hombre para alcanzar su Sí-mismo interior requiere el mismo tipo de esfuerzo riguroso. Años de disciplina y práctica larga e ininterrumpida de los principios morales y éticos de yama y niyama, adiestramiento del cuerpo mediante asanas y pranayama, control de los sentidos mediante Pratyahara y Dharana, aseguran el crecimiento de la mente, así como de la percepción consciente interior –dhyana y Samadhi.

Dharana (derivada de la raíz “dhri”, que significa “sujetar” o “concentración”) es como una lámpara que está cubierta y no ilumina el entorno. Cuando se retira la cobertura, la lámpara ilumina todo el área circundante. Esto es dhyana, la expansión de la consciencia. Entonces el sadhaka adquiere una mente unificada y mantiene una percepción consciente dinámica, inmarcesible de su pureza prístina. Como el aceite en las semillas y la fragancia en las flores, el alma impregna todo su cuerpo.

El loto es el símbolo de la meditación. Simboliza la pureza. Su belleza silenciosa le ha otorgado un puesto destacado en el pensamiento religioso indio. Se halla conectado en la mayoría de las deidades hindúes y sus sedes en los chakras. El estadio de meditación es como el de un capullo de loto que oculta su belleza interior mientras aguarda su transformación en loto florecido. Como el capullo que se abre para revelar su belleza resplandeciente, así también la luz interior del sadhaka es transformada y transfigurada por la meditación. El sadhaka se torna un alma iluminada (siddha), y un sabio inspirado. Vive en el eterno ahora –el presente, sin ayer ni mañana.

Este estado de pasividad del sadhaka se denomina manolaya (“manas” significa “mente”, y “laya” significa “absorción o fusión”). El sadhaka ha organizado completamente su inteligencia (prajña) y energía (prana) con el fin de evitar la intrusión de pensamientos externos. Su estado está lleno de una alerta dinámica. Cuando tanto los pensamientos internos como externos son aquietados y acallados, no hay perdida alguna de energía física, mental o intelectual.

Dhyana es la experiencia subjetiva de un estado objetivo. Resulta difícil describir la experiencia con palabras, pues éstas resultan inadecuadas. La delicia que se experimenta con el mordisco de un mango delicioso es indescriptible. Lo mismo ocurre con la meditación. En la meditación no hay búsqueda ni aspiración, ya que el alma y el objetivo se han vuelto uno. El néctar de la infinitud ha de degustarse, la abundante gracia del Señor presente en el interior debe ser experimentada. Es entonces cuando el alma individual (jivatma) se vuelve una con el Alma Universal (Paramatma). El sadhaka experimenta la plenitud que cantan los Upanishads: Eso es pleno; Esto es pleno. La plenitud proviene de la plenitud. Aún después de extraer la plenitud de lo pleno, la plenitud permanece.

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