miércoles, 12 de febrero de 2014

LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DE VIPASSANA - Dr. Paul R. Fleischman

La meditación Vipassana, tal como se enseña en los diferentes centros alrededor del mundo conforme a la tradición continuada por S.N. Goenka, es la práctica atribuida al Buda histórico que muestra el camino directo hacia la liberación total del sufrimiento humano. Sin embargo, mucho antes de lograr esta meta, cualquier estudiante que se comprometa seriamente con la práctica de Vipassana podrá obtener enormes beneficios terapéuticos.

Habiendo practicado religiosamente esta técnica durante muchos años, y como psiquiatra en el ejercicio de mi profesión, pensé en describir estas acciones terapéuticas en un lenguaje psicológico contemporáneo, comprensible tanto para estudiantes nuevos como para aquellos que tengan interés en conocerla. Todos estos beneficios se encuentran latentes en la técnica; cuáles y cuántos, dependerán de cada persona y de su origen, y se incrementarán con la práctica individual y con la constancia en la práctica diaria durante toda la vida.

No intentaré describir la práctica en sí, ya que para ello es necesario vivir la experiencia en un curso de diez días.

De acuerdo con las descripciones tradicionales de la mente, tal y como se observan a través de Vipassana, gran parte de la actividad mental humana consiste en deseos y miedos sobre el futuro, y en deseos y miedos provenientes del pasado. En la medida en que la mente se va liberando de recuerdos y añoranzas, de deseos y de odios, más permanece en el presente, y los contenidos mentales reflejan cada vez con mayor claridad la realidad inmediata tal y como es. La técnica de meditación permite el desprendimiento controlado de los contenidos mentales, a la vez que ancla al estudiante en la realidad concreta del presente. Esta actitud ecuánime, basada en la realidad, permite que la avidez y la aversión, el pasado y el futuro, surjan a la superficie de la mente y desaparezcan sin provocar una reacción; es así como la mente se libera de condicionamientos y nuestra vida se caracteriza por tornarse cada vez más consciente, más orientada hacia la realidad, libre de autoengaño, con dominio de uno mismo y en paz.


Autoconocimiento

Esta psicología lúcida y lógica apenas logra describir el vívido drama que se desenvuelve cuando alguien emprende el entrenamiento de Vipassana. Sin importar quiénes somos, nuestra vida interior se parece menos a una caja con compartimentos separados, que a un río desbordado. Cuando nos sentamos para aquietarnos, brota en nosotros lo que pareciera un flujo interminable de recuerdos, anhelos, pensamientos, conversaciones, escenas, deseos, temores, pasiones y miles de miles de escenas impulsadas por emociones de todo tipo. El efecto más claro e inmediato de la meditación, y del que no se puede escapar, es que aumenta el autoconocimiento. Tal vez esto resulte curioso, emocionante e interesante, pero también puede resultar devastador. Por lo tanto, y tomando en cuenta lo anterior, la técnica permite que la visión de nuestra verdadera vida interior se expanda en el ambiente estructurado, protegido, controlado y sostenido, que es esencial para un despegue seguro en alta mar.

Las características del ambiente apropiado han sido estudiadas, codificadas y transmitidas durante milenios de maestro a maestro. Al igual que el mapa para un viajero, constituyen el marco del curso enseñado correctamente y definen las cualidades del maestro. El cumplimiento preciso de todos los aspectos de la técnica y el amor humano generoso y comprensivo del maestro, le permiten a cualquier persona abrir las puertas de su corazón y su mente. Ningún aspecto de la condición humana resultará desconocido o extraño para alguien que se haya sentado hora tras hora, inmóvil y continuamente atento.

Confianza básica

Como corolario al mayor conocimiento de nuestra vida interior, se activa esa confianza básica, lo que la psicología contemporánea plantea como una derivación de la confianza más temprana que un niño deposita en los padres que lo nutren, lo arropan y lo alimentan, y que forma el sustrato de las relaciones humanas posteriores. En el contexto de Vipassana, esta confianza funciona como la fe informada de un adulto que le permite comprometerse plenamente con la técnica, sin hacerse ilusiones de que obtendrá resultados mágicos. Esa fe debe estar enraizada en la comprensión reflexiva, en una confianza razonada y en el compromiso de acatar todas las instrucciones. Es necesario renunciar a la voluntariedad, ya que la plataforma del conocimiento es la participación.

Integración del pasado

Los millones de viñetas, escenas y anécdotas que brotan desde nuestro pasado surgen para desaparecer; paradójicamente, antes de que desaparezcan, vemos quiénes hemos sido, de dónde hemos venido. Aun cuando nos dirigimos a un centro común, todos comenzamos desde un punto particular en la periferia. Este punto está más allá de nuestro control, porque todos estamos condicionados por nuestras miles de experiencias pasadas, y muchas de ellas no son lo que habríamos deseado. Por consiguiente podemos asir el presente, pero el pasado es escurridizo e inescapable. Para sentarnos con el pasado, hora tras hora, es necesario reconciliarnos con él. No hay escapatoria ni distracción. La reconciliación con el pasado y la aceptación de lo que ha sido, la integración de todo lo que somos sin rechazo ni negación, son también algunos de los efectos terapéuticos de la meditación.

Futuro y voluntad

De igual forma, a pesar del esfuerzo por evitarlo, el estudiante de meditación se sorprenderá a sí mismo pensando, preparando, planificando y anticipando. Conforme disminuye esta actividad muchas veces fantasiosa, el meditador verá surgir su verdadera volición.

Cuando a la volición le sigue la acción, tal y como suele suceder en la vida, esta acción nos parece más memorable y fascinante. De esta manera, construimos la vida en retrospectiva, como una serie de actos causalmente vinculados. Nos explicamos lo que somos a partir de lo que nos ha sucedido y lo que hicimos, lo que nos lleva a creer, aun cuando sea de manera velada, que somos el producto de una serie de acontecimientos o reactores, en lugar de agentes.

No obstante, al obligarnos a permanecer sentados, alertas, atentos e inmóviles, se rompe la automaticidad de esa secuencia. Las elecciones y decisiones —la voluntad motivadora de nuestra vida—surgen desde las sombras para quedarse en un escenario vacío. Lo que ocurrió en milésimas de segundos y fue seguido a gran velocidad por una estridente secuencia de acciones, ahora sucede… y eso es todo.

Con la convicción de la experiencia, vemos cómo nos movemos, nos amoldamos, nos presionamos y doblamos con nuestro corazón y nuestra mente, instante tras instante, para construir la siguiente plataforma de acción. En la medida en que aumentamos nuestra conciencia acerca de cómo nuestra voluntad moldea el futuro, es probable que este futuro nos tome menos por sorpresa e, irónicamente, nos exija menos planificación. Otro efecto terapéutico de la meditación es que disminuye la necesidad de planificar, controlar y organizar el futuro, ya que activa nuestra voluntad en el momento presente de observar, identificar y participar conscientemente en las miles de decisiones que nos determinan cada día.

Responsabilidad

La impotencia es una de las emociones más amenazadoras.

Sentirnos fuera de control, víctimas del destino es un temor universal. Los ritos y rituales de las religiones organizadas —uno de los fenómenos más diseminados de la cultura humana— intentan devolvernos la sensación de poder y de control sobre los acontecimientos. Por otro lado, las sabias enseñanzas de diversas culturas evitan depender de poderes externos a los cuales hay que sobornar, apremiar o implorar. Nos enseñan a ser dueños de nuestros propios sentimientos y acciones.

Por ejemplo, Freud hacía hincapié que la vida mental no era caprichosa ni incomprensible, sino ordenada y reglamentada. De forma similar, el Libro de Job nos enseña que eventos aparentemente arbitrarios pueden ser comprendidos cuando consideramos que provienen de una causa y contienen un significado, si mantenemos la actitud correcta; la ética de Jesús se centraba en el papel de la intención y el deseo como determinantes del destino último del alma. El existencialismo afirma que el individuo es el único responsable de crear su propia esencia. Al escribir sobre su experiencia personal, Viktor Frankl, el psiquiatra y filósofo existencialista, argumenta que incluso en Auschwitz, cada individuo, en esencia, determinaba su propio destino, por lo que no debía suplicarle ni culpar a nadie.

En el caso del estudiante de meditación, ni la fe ni la filosofía —únicamente la observación sistemática de la mente— esclarece que cada evento mental es significativo, tiene una causa y es nuestra propia responsabilidad. Incluso en condiciones invariables, nosotros determinamos nuestra propia actitud y las respuestas a esas condiciones. Un momento mental condiciona el siguiente: mientras más convencidos estemos de ello por nuestra propia experiencia, más aceptaremos la responsabilidad de nuestra propia vida. Un mayor sentido de control y responsabilidad es el resultado directo de activar la determinación, mediante el esclarecimiento de la voluntad.

Concentración correcta y ética

Atenerse solamente a “observar la mente” u “observar recuerdos y expectativas” es imposible. No podemos objetivar la mente que busca la objetivación. Existe una técnica de meditación que nos permite ver la corriente de momentos de la mente sin ser arrastrados por ella. Un aspecto de la técnica es la concentración, la concentración correcta.

Y esta concentración correcta se logra, no al borrar, reprimir ni aplastar a fuerza de voluntad las distracciones, sino eliminando la raíz de la distracción. Y la concentración, el tesoro de la capacidad integradora del ser humano, que da coherencia y dirección a la vida, no puede construirse con un mazo sino con la suavidad de una pluma. Cuando nuestro corazón deja de estar distraído, lo mismo sucede con nuestra
mente.

La concentración correcta depende de una vida ética. La ética crea armonía interior, la unidad de las múltiples partes de nuestro ser, de manera que la complejidad de un ser humano logra un punto de enfoque sólo cuando las actividades de la vida diaria se alinean en la misma dirección. Para lograr la concentración correcta, necesitamos un estímulo suave y sutil, ya que la concentración que resulta de una exigencia estruendosa sólo logra oscurecer el mosaico interior. Intentar concentrarnos en “la dificultad de concentrarnos”, inevitablemente genera la conciencia de lo que nos distrae. La meditación no sólo nos lleva a ser más conscientes de nosotros mismos, a la participación comprometida, a la integración y la aceptación de nuestro pasado, a brindar claridad acerca de nuestro papel causal en el futuro y un sentido de responsabilidad frente a nuestra vida; también nos permite encauzar el conocimiento ético desde la propia experiencia. Para lograr la paz, debemos estar en paz.

Las distracciones de la concentración, cuando no se siguen ni se reprimen, sino se ven, suelen ser deseos y temores relacionados con el pasado o el futuro. Para concentrarnos en lo sutil, debemos vivir en el presente y prescindir de la multitud de trampas de autoengrandecimiento y autoprotección que son una incesante presión psicológica hacia la fantasía. Es entonces que las cualidades naturales de una mente que enfrenta la realidad se hacen evidentes.

Autocontrol

La concentración edificada sobre la armonía, la ética y la integración con la realidad —y no sobre la lucha contra ésta— no sólo ocurre momento a momento, sino también al nivel de la estructura de la vida. El orden, el autocontrol y la disciplina son parte de la vida de la meditación. No existe concentración sin estas cualidades y éstas, a su vez, denotan una vida enfocada. La técnica de meditación se entrelaza con la técnica de vivir: cierta regulación del sueño, la comida, el sexo y el movimiento físico expresan y realzan la atención y la ecuanimidad. Sin embargo, una vida disciplinada no es una vida fría ni rígida. Así como las olas de emociones bañan la costa para luego volverse al mar al no obtener respuesta, no encontramos sensaciones apagadas sino emociones profundas: el océano que yace bajo las olas.

El concepto erróneo de que la paz es monótona, de que el desapego es falta de compasión, de que la calma es aletargamiento, surgen de una mente que equipara la agitación, la excitación y la pasión con el placer. Pero más allá del placer y la falta de él, de preferencias personales, emociones y gustos, se encuentran las aguas profundas de la participación activa y la energía. Las disciplinas de la meditación, más que darnos una división estática, nos permiten un acceso total a las emociones, un flujo espontáneo y generoso de sentimientos empáticos y compasivos.

Resolución de conflictos

Desde los antiguos maestros de meditación como el Buda, Jesús, San Pablo, Krishna y Rumi hasta teólogos modernos como Tillich, Buber y Eliade, la integridad humana se ha considerado la meta y el significado de la religión. Freud afirmaba que el conflicto o la desunión eran la causa de la neurosis, y la psicología postfreudiana ha estudiado a fondo los aspectos integradores de la personalidad, tales como la identidad.

La meditación es un método directo para disminuir el conflicto psicológico mediante sus códigos éticos prescriptivos, la integración del pasado y el futuro, la elucidación de la propia responsabilidad, la concentración y la voluntad. Podríamos decir que la resolución de conflictos es el efecto principal de la práctica.

No obstante, la vida es dinámica. No hay fórmula final ni estática que encasille el flujo del océano de la realidad que experimentamos en la forma de compromisos, metas, significados y preocupaciones; por ello, la meditación aumenta la atención a los conflictos existenciales, a la vez que disminuye el nivel de división, fragmentación o desunión. En Vipassana no encontraremos un piloto automático ni el fin del renovado esfuerzo correcto o el desafío real.

Historia y comunidad

La meditación Vipassana viene de personas del pasado y es parte de la vida contemporánea. Se transmite de persona a persona, no a través de libros, conferencias ni medios de comunicación masiva. La profundidad del sentir que se obtiene de la práctica no es una abstracción ni un ideal religioso. La técnica incluye la amistad, el compañerismo y el verdadero calor humano. No se trata de una sociabilidad locuaz, parlanchina, sino del respeto y el apoyo mutuo entre aquellos que miran juntos las estrellas antes del amanecer.

Así como la técnica se comparte ahora, se ha venido compartiendo a través del tiempo. El sentido de herencia, linaje e historia es una vivencia inevitable del estudiante de Vipassana. La conciencia acerca de nuestra propia historia aumenta nuestro sentido de integridad personal, y la experiencia del significado de la historia de la humanidad es un elemento crítico de una sanación psicológica profunda. Al igual que el lenguaje, la meditación nos coloca en una comunidad humana transtemporal. Pertenecer a esta continuidad generativa es un dulce antídoto para el engrandecimiento personal.

Incluso la planta más hermosa tiene que ser modesta frente a la tierra. El significado filosófico es una abstracción fútil para aquellos cuyas manos realmente trascienden las generaciones.

Tiempo y cambio

Encontrarse dentro de la transmisión de generaciones es sólo una de las formas en las que Vipassana abre los ojos del estudiante a la realidad del tiempo y el cambio. Mejorar la capacidad de mirar directamente la realidad de la impermanencia, el flujo, el vacío y la muerte es una parte central de la práctica. La técnica incluye ver la realidad en su totalidad, pero sólo luego de una preparación adecuada. Aun cuando la confrontación con el dolor y la disolución es una experiencia humana universal, Vipassana permite que ese
encuentro ocurra con ecuanimidad. Por ello, la técnica contiene una ironía: mientras más cabal sea nuestra confrontación con la realidad, más profunda será nuestra ecuanimidad y, mientras más profunda sea nuestra ecuanimidad, más se van descarapelando las ansias y los temores superficiales como las capas de una cebolla, y más nos acercaremos al núcleo de las ansiedades de la existencia humana.

La inmovilidad física es un temor humano elemental (todos nos hemos imaginado alguna vez con parálisis, incapaces de correr o hablar): Vipassana nos prepara a enfrentarlo. El dolor físico también es un temor humano elemental (algunos psiquiatras lo consideran la base del miedo): Vipassana nos conduce a éste y nos permite salir de él. La soledad es un temor humano elemental: Vipassana nos guía hacia la confianza, la comunidad y la fe, pero también hacia una soledad profunda en el silencio y nos enseña a transformar ese hielo en una refrescante bebida que calma nuestra mente acalorada. Todas las teorías acerca del corazón humano —tanto antiguas como modernas— apuntan hacia la muerte como el nodo, el punto donde se forma el carácter, donde el conocimiento se pone a prueba y donde se enraizan las ansiedades más profundas. Sócrates consideraba que la filosofía es el arte de morir y un gran corpus de teoría psiquiátrica contemporánea le hace eco, al igual que la técnica de meditación.


Vipassana.

Una razón por la que la mente suele estar siempre volando, soñando, pensando, planeando y recordando es que concentrarnos en la realidad física inmediata inevitablemente nos revelaría la temida verdad: el cuerpo está decayendo ahora mismo, a cada momento, irreversiblemente. Una de las paradojas de la técnica de Vipassana es que la concentración y la relajación física profunda, la exquisita paz luminosa, nos llevarán a la esencia del temor… que a su vez puede experimentarse como una verdad sencilla y dulce, como el amanecer sigue a la noche, la comida al hambre, el sueño al cansancio, las estrellas del amanecer al descanso. Una mente que vuelve al cuerpo conoce tanto las limitaciones de ese cuerpo como la vibrante energía universal que fluye de una forma a otra.

Integración corporal

Vipassana no es una actividad mental. Ocurre en el interior del cuerpo y se parece más a aprender a andar en bicicleta que a leer. La conciencia permanente de todo nuestro cuerpo es una de las claves de la práctica. Inevitablemente, los pensamientos y las emociones repercuten en eventos corporales. Por consiguiente, la conciencia sistemática de nosotros mismos exige que pongamos atención a la manera en cómo nos sentamos, comemos, dormimos, pensamos y sentimos directamente a través de nuestro propio cuerpo. Las emociones que cual fantasmas rondaban antes en nuestro interior ahora las experimentamos como sensaciones específicas en la piel, en el corazón, los ojos, el cráneo. Los deseos y temores que nos conducían de manera semiconsciente con incesante frenesí hacia una búsqueda de la comodidad afectan el proceso corporal a niveles profundos y sutiles. Incluso el pasado y el futuro, a los que antes obedecíamos como temibles poderes externos, ahora los encontramos dentro de nosotros, en nuestro vibrante ser interior, a manera de excitación, hambre y aletargamiento.

Dado que todos los cuerpos decaen, se disuelven y desaparecen, el dolor físico y la enfermedad son experiencias humanas universales e inevitables. En este sentido, Vipassana dispersa de inmediato la creencia de un estudiante en su propia invulnerabilidad. Pero otra parte del sufrimiento nace de la ignorancia: reacciones ciegamente acumuladas en espasmos musculares, en consumos excesivos congestionados, en una insistencia crónica por castigarnos, surgen y sujetan con fuerza las arterias o los intestinos. Profundizar en la conciencia corporal es el mejor método para observar la raíz orgánica y viva del pensamiento y la emoción, lo cual posiblemente reacomode los hábitos corporales y ocasionalmente cure jaquecas psicosomáticas, espasmos gastrointestinales y otros padecimientos.

Relaciones

La experiencia del cambio continuo e incesante en cada molécula del cuerpo expone a la vida desde una perspectiva distinta.

Los significados y propósitos elaborados en torno a uno mismo resultan claramente vanos. Cada milésima de segundo la vida aflora desde el todo y vuelve hacia él, resurgiendo fresca, nueva, distinta. Existimos en el todo, como partículas de rocío que el océano arroja momentáneamente. Entonces, ¿cuál era el sentido del esfuerzo por engrandecernos que apenas hace poco buscábamos con tanto afán?

La psiquiatría contemporánea ha renovado el interés por encontrar la manera en la que una persona organiza el sentido de sí misma en relación con otros seres. En Vipassana, experimentamos directamente el arsenal de actitudes, posturas, discursos y reacciones que todos elaboramos para crear y sostener la imagen de nuestra propia existencia impregnable, eterna e inviolable —pero cuán condenada al fracaso está esa defensa. La psicología del “yo” es el estudio de la construcción de castillos de granito sobre arenas movedizas. Ese yo estático que anhelamos, exigimos y sobre el cual insistimos sin descanso es una calcomanía adhesiva pegada sobre el flujo, el proceso, la interacción, la relación. Sin sermones ni ideas, la experiencia directa que nos da la meditación arrolla nuestros títulos, nuestro afán de grandeza, la preocupación por nosotros mismos y la avaricia por tener cada vez más. Este bálsamo les resulta particularmente refrescante a las personas de las culturas occidentales modernas, a veces llamadas culturas del egoísmo.

La verdad

La verdad no es un contenido, sino un proceso. Significa una actitud expectante y fresca, estar dispuestos a reestructurarnos mentalmente una y otra vez. La meditación Vipassana podría describirse como la técnica para vivir de acuerdo con la verdad. En este sentido, la verdad no es una escuela, una idea ni una doctrina. No implica un “nosotros” y un “los otros”; tampoco posesión. No significa que los que viven de otra manera no tienen la verdad. La práctica simplemente apunta a una técnica mediante la cual nuestra vida está expuesta a un constante proceso de exploración, día tras día, hasta la muerte misma, a la cual esperaríamos recibir con el mismo interés, objetivamente: ¿cuál es la naturaleza de la realidad de mi mente y mi cuerpo en este momento? La ciencia, la filosofía o cualquier forma de vivir con una mente abierta comparten esta verdad. La meditación es una técnica probada y comprobada, y contiene la paradoja de un acercamiento objetivo a lo subjetivo, un cuestionamiento acerca de nuestra propia naturaleza. La verdad no es ostentación, y el intento persistente por expresarnos sinceramente en fugaces momentos convencionales es una de las mejores herramientas para abrir la puerta de ese “yo” que defendemos en exceso.

Amor humano

¿Qué es lo que revela la experiencia de la meditación en el corazón humano? Bajo la armadura autoprotectora de la ira, la agresión, la posesión y el control, subyace un pozo de vida clara, sencilla, amorosa, enérgica, vital. La generosidad, la compasión y el amor humano no son virtudes, sino atributos. Todos deseamos sentir amor, compromiso y la luz de la verdad, pero el miedo y la cautela nos obligan a desviarnos continuamente. Imaginamos que un muro más, un candado más nos mantendrán a salvo. Practicar Vipassana significa practicar la acción directa del amor humano. Cristaliza el deseo que hay en nosotros, el llamado, de manera que nos sentimos en posesión de la joya que buscábamos.

Cuando las personas descubren que, siendo psiquiatra, he optado por enraizar mi vida en la meditación, me hacen una serie de preguntas.

¿Enseño a los pacientes a meditar? Definitivamente no. Como profesional seglar, no les impongo a mis pacientes prácticas ni formas de ver el mundo (más allá de la ética general sancionada por la cultura dominante). Nadie está exento de valores, pero un psiquiatra debe estar preparado para escuchar y nutrir muchas maneras de ser un ser humano. Ante todo, un psiquiatra debe tener la capacidad de seguir la necesidad de la otra persona y permitir que ésta sea la guía. Las personas que sienten el llamado de la meditación llegarán a ella, por lo que no la oculto ni alardeo de ella. Algunos pacientes conocen mi estilo de vida; la mayoría no, ya que, como profesional, no les ofrezco una persona a quien emular ni admirar, sino un tratamiento que les permita ser ellos mismos con mayor plenitud y profundidad.

Considero que la verdad tiene muchas facetas pero una sola esencia. Respeto las facetas. En cualquier caso, un psiquiatra suele ser la interfaz para el ejercicio de un cinismo amargo, sin mencionar la diversidad de perversiones, iras, confusiones paralizantes y tantos otros fenómenos de una vida herida. Las personas comienzan en diferentes lugares y necesitan distintas formas de ayuda —desde esta perspectiva, la psiquiatría es también bastante limitada.

¿Uso la meditación en mi trabajo? Sí, es mi trabajo, el corazón y núcleo del mismo, ya que en todas estas variaciones del dolor humano, me he visto a mí mismo como me he visto cuando me siento a meditar.

Hay poco en la fenomenología de la vida de mis pacientes que no esté presente también en la mía. La meditación ha enriquecido enormemente mi empatía y mi visión de lo que es un ser humano: el miedo y la ansiedad y la dependencia y el agotamiento y la desesperación y la derrota y el revivir y la aceptación y la visión y el trabajo y el deleite y la lucha y la persistencia y la creatividad y la apreciación y la gratitud. Al haber experimentado mi propia naturaleza más profunda y verdadera, sé más; al experimentar esas vibraciones en cada hora de mi trabajo diario con los pacientes, he podido abrirme más plenamente, recibir y contener, he podido bajar mis defensas, escuchar de verdad, entender de verdad.

Resulta interesante que Freud describiera un proceso similar; decía que el psicoanalista tiene que apagar su pensamiento consciente y abrir su propio ser como un receptor a la antena de transmisión del paciente. En mi caso, puedo abarcar más y me resulta claro que se me ha dado más para abarcar. Pero la práctica de la psiquiatría es más que ser amable y, a través de la meditación, también he aprendido cuan difícil, lento, demandante y doloroso es enfrentar la realidad, romper viejos moldes.

¿Es eficaz la meditación? Yo creo que sí, aunque sólo practicándola devotamente. He visto muchas vidas, incluida la mía, que se enraízan en lo más sencillo y común, en la decencia humana que trasciende la teología, la filosofía y la psicología. También he conocido a muchas personas que han meditado durante un cierto periodo y luego lo abandonan. La meditación no se puede practicar de vez en cuando a solas en la habitación; debe haber un verdadero entrenamiento. Pero también es necesario el requisito esencial de la regularidad disciplinada, día tras día. Buda afirmaba que el origen fundamental del sufrimiento es la ignorancia, la cual incluye la resistencia a conocer la verdad que nos puede liberar. En el momento en el que nos damos la vuelta, el pájaro se desliza hacia su nido.

Cuando no somos constantes, nos olvidamos o no tenemos tiempo, es cuando el inconsciente nos controla. Una rutina sistemática, sin opciones, es esencial para abrir la mente a la observación ya que, en un pequeño lapso, se oscurece el gran origen de ese lapso. Si soltamos, aunque sea durante un solo segundo, el cubo de agua que hemos subido desde el fondo del pozo, el resultado es claro.

Aun cuando la práctica de Vipassana no es una religión en el sentido de creer en un dogma, un ritual o una fe ciega, pienso que es esencial practicar “religiosamente”: esto quiere decir, con un compromiso devoto como centro. La meditación como una práctica desganada, un entretenimiento o un pasatiempo ocasional en una vida agitada tiene poco efecto y puede generar más confusión de lo que puede aliviar. Desafortunadamente, he visto personas que meditan de manera intermitente y autodirigida, que utilizan la meditación para esconderse de la realidad, para minimizar dilemas dolorosos y, en una ocasión, para engrandecerse hasta la locura y el suicidio.

Vipassana se relaciona más con la sabiduría humana universal que con una forma de cultura en particular. No es sectaria en pensamiento. Su estructura se refleja siempre que alguien reflexiona sobre el arte de vivir. Por ejemplo, Thoreau escribió en Massachusetts en el siglo XIX: “renovaos cada día; hacedlo una y otra vez, siempre… para influir en la calidad del día, ése es el mayor arte… ningún método ni disciplina puede sustituir la necesidad de mantenerse siempre alerta…”

La acción potencialmente terapéutica de Vipassana incluye un mayor autoconocimiento, una mayor confianza y participación humana, la integración y aceptación del pasado de uno mismo, la activación profunda de la propia voluntad, un mayor sentido de la responsabilidad sobre el propio destino; mayor concentración, un compromiso ético intrínseco, una disciplina y estructura de vida a la vez firme y flexible, el acceso fluido a una corriente más honda de emociones y representaciones, una comunidad histórica y contemporánea más amplia; la preparación para enfrentarnos a las realidades esenciales como el tiempo, el cambio, la muerte, la pérdida, el dolor, lo cual nos lleva a disminuir gradualmente el miedo, la ansiedad y la fantasía; una mayor integración del cuerpo y la mente, la disminución del narcisismo y una diversidad de fortalezas de carácter tales como la generosidad, la compasión y el amor humano. Cada estudiante comienza en un lugar distinto y progresa individualmente; no hay magia ni garantía.

Considerar la meditación desde el punto de vista de su acción terapéutica es sólo una de las formas de describir esta técnica de vida.

Vista desde otra perspectiva, la meditación trasciende lo meramente terapéutico, de la misma manera en que el agua del planeta excede su propiedad de calmar la sed, el sol excede sus propiedades de dar calor y vida, y un poema atemporal excede el placer personal que podamos extraer de él. Somos parte de una realidad que es más que una cura para nuestra propia personalidad. El punto no se dirige hacia nosotros mismos, sino hacia todo lo demás.

La descripción completa de la meditación Vipassana a través de sus acciones terapéuticas aclara algunos puntos, pero oscurece uno medular. Si bien la meditación es terapéutica —ya que realza muchas cualidades humanas— tiene un valor intrínseco como una actividad en sí. El arte nos puede ayudar a apreciar la vida; también expresa la naturaleza humana, el corazón, el ojo y las manos hábiles de quien lo plasma. La meditación es más terapéutica cuando no se busca su efecto terapéutico, sino cuando se pone en práctica como un fin en sí mismo, como la expresión de un aspecto de la naturaleza humana. Ese aspecto no es un atributo único, como una sola rebanada de pastel, sino una fuerza creativa sintetizadora y sostenedora en todos los otros aspectos, como el calor que horneó el pastel. Es más como el esqueleto óseo que una sola extremidad. Así que la meditación expresa algo acerca del proceso integrado de una persona, más que ser un medio para alcanzar logros en otras esferas de la vida.

La meditación expresa ese aspecto de nosotros que puede recibir: el receptor no selectivo que lo abraza todo. Podemos conocernos como células que forman parte de un todo integrado.

Ocasionalmente una persona puede sentirse así a ciertas horas en días especiales: al mirar la puesta de sol desde un risco en un bosque de pinos y entre ruinas antiguas. Estos momentos son inspiradores, interludios de descubrimientos afortunados. La meditación significa el cultivo sistemático de este potencial humano como empresa fundamental de toda la vida. Si bien activar este modo receptivo, interpenetrante y sin prejuicios es la base del arte o la ciencia, o de cualquier involucramiento significativo con el mundo; algunos escritores como Tagore, Whitman, Thoreau, Sócrates en sus diálogos, los poetas zen de China y Japón, y muchos autores anónimos de la India antigua que escribieron textos clásicos en pali y sánscrito lo han expresado de la manera más exquisita.

Esta receptividad ecuánime, atenta, directa es el sine qua non de la experiencia religiosa (lo opuesto a la mera membresía o filiación religiosa). Nos hace sentir íntegros y vivos, al igual que comer. No hay necesidad de racionalizar que la cena es terapéutica; es una expresión esencial de la vida. De igual manera, abrirnos y conocer con nuestro ser no da salud, sino vida. He llegado a creer que la meditación activa el proceso que subyace en una vida religiosa, cuando se mira desde lo que hay en el interior de formas culturales o religiosas específicas que contienen el ingrediente esencial de todo el panorama pleomorfo de la religión, según afirman grandes estudiosos de la psicología de la religión tales como William James, Carl Jung, Paul Tillich, Erik Erikson, Jerome Frank y Mircea Eliade, entre otros.

Cuando nos abrimos para recibir el todo, una gran oscuridad también se filtra. Nuestra linterna, antes selectiva y circunscrita, ya no la puede iluminar sola. Resulta imposible excluir las fauces devoradoras del tiempo, las épocas hitlerianas que cauterizan los miembros vivos de siglos, civilizaciones y gentes diversas; nuestros miedos respecto a nosotros mismos y aquellos que amamos parecen efímeras partículas de rocío que surgen y desaparecen eternamente en un océano infinito. La cultura humana en sí misma, con sus genios religiosos, artísticos y científicos nos ha provisto de velas, antorchas e incluso soles para revelarnos milagrosamente la tierra seca entre los mares. Vipassana es una de estas antorchas. Es una técnica que nos permite escuchar la sabiduría de la vida misma contenida en nuestro organismo, al igual que la sabiduría del hambre, que nos revela el rayo profundo de la visión, de la determinación, de la más indomable destreza y dulzura al servicio de la vida en la que vivimos. En nuestro interior y alrededor nuestro está el creador por el cual velamos. La meditación Vipassana es una forma de activar un amor sostenedor y duradero en la red de todos los contactos.

Los estudiantes que emprendan el entrenamiento en esta disciplina entrarán en una sala grande y oscura a las cuatro de la mañana. A su alrededor habrá cien amigos sentados en silencio y erguidos: hombres y mujeres, profesores y viajeros desempleados, abogados y madres; estarán ahí, cada mañana, día tras día, durante diez días. La oscuridad se desvanecerá, habrá menos estrellas, la luna creciente brillará sola, los pájaros le darán vida al nuevo día antes de emprender el vuelo. La sala se sentirá liviana, tranquila, sin movimiento, silenciosa; comenzará un cántico cuyas palabras de más de 2,500 años apuntan hacia lo mejor de nosotros; y si bien ligeramente somnolientos y cansados, los estudiantes, aunque inmóviles, podrán extender los brazos para obtener una joya invisible y de valor inconmensurable.

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