martes, 25 de febrero de 2014

VIPASSANA PRÁCTICA - Mahasi Sayadaw - part 2

SEGUNDA PARTE: PRÁCTICA AVANZADA

Cuando, como se ha mencionado anteriormente, en virtud de la diligencia en la práctica, la atención y la concentración han mejorado, el meditador notará a la par la ocurrencia de un objeto y el conocimiento del mismo; tales como el ascenso del abdomen y su conocimiento, el descenso del abdomen y su conocimiento, la postura de sentado y su conocimiento, la acción de doblar y su conocimiento, la acción de levantar y su conocimiento, la acción de colocar y su conocimiento. Por medio de la atención completa el meditador sabe cómo distinguir cada proceso físico y mental: “el movimiento de elevación es un proceso; el conocimiento del mismo es otro proceso.” Él comprende que cada acto de conocimiento tiene la naturaleza de “ir hacia el objeto.” Tal descubrimiento se refiere a la característica de la mente de inclinarse hacia un objeto o conocer un objeto. Mientras más claramente se observa el objeto material, más evidente es el proceso mental que es consciente del mismo. Este hecho es expresado de la siguiente manera en el Visuddhimagga:

Cuando la materialidad es bien definida, separada y evidente a él; luego, en la misma proporción, los estados mentales que tienen la materialidad por objeto son, también, evidentes en sí mismos.

Cuando el meditador conoce la diferencia entre el proceso material y el proceso mental, si es una persona ordinaria, reflexionaría sobre esta experiencia directa así: “Existe el ascenso y su conocimiento; el descenso y su conocimiento, y así sucesivamente. No hay nada más aparte de ellos (de estos dos procesos). Las palabras ‘hombre’ o ‘mujer’ se refieren al mismo proceso; no hay una ‘persona’ o ‘alma’.” Si es una persona bien informada, reflexionaría por medio de su conocimiento directo sobre la diferencia entre el proceso material como objeto y el proceso mental que lo conoce, así: “Es verdad que existe sólo el cuerpo y la mente. Aparte de ellos no hay entidades tales como hombre o mujer. Durante la contemplación uno nota un proceso material como objeto y un proceso mental que conoce el objeto; y es a este par que se refieren los términos convencionales ‘ser’, ‘persona’ o ‘alma’, ‘hombre’ o ‘mujer’. Pero aparte de este proceso dual (mente y materia) no existe una persona o ser separado, ego, hombre o mujer.” Cuando tales reflexiones ocurren, el meditador debe notar “reflexionando,” “reflexionando” y continuar con los movimientos del abdomen.

Con ulterior progreso en la meditación, la conciencia de la intención es evidente antes de que el movimiento del cuerpo ocurra. El meditador primero nota la intención. Aunque también al comienzo de la práctica, nota “intención,” “intención” (por ejemplo cuando desea doblar un brazo), aún no puede discernir este estado de conciencia con claridad. Ahora, en esta etapa avanzada, distingue claramente la conciencia que tiene la intención de doblar. Entonces, primero distingue la intención de realizar un movimiento corporal, después el movimiento corporal en particular. Al comienzo, debido a la omisión de notar la intención, piensa que el movimiento corporal es más rápido que la mente que lo conoce. Ahora, en esta etapa avanzada, la mente se manifiesta como la precursora. El meditador distingue con facilidad la intención de doblar, extender, sentarse, pararse, moverse, etc. También reconoce con claridad las acciones de doblar, extender, etc. Entonces, comprende el hecho de que la mente que conoce el proceso corporal es más rápida que el proceso material. Experimenta directamente que un proceso corporal tiene lugar después de una previa intención. Nuevamente, conoce por experiencia directa que la intensidad del calor o del frío aumenta cuando está observando “calor,” “calor” o “frío,” “frío.” Cuando contempla los movimientos corporales regulares y espontáneos tales como la dilatación y contracción del abdomen, advierte uno después de otro en continuidad. También advierte la ocurrencia de imágenes mentales tales como Buddha, un Arahant, y también cualquier tipo de sensación que aparece en el cuerpo (comezón, dolor, calor), con la atención dirigida hacia el lugar donde la sensación ocurre. Una sensación ha desaparecido apenas, cuando otra aparece; y, las distingue a todas una después de otra. Mientras observa cada objeto surgir, descubre que el proceso mental de conocimiento depende de un objeto. A veces, el ascenso y descenso del abdomen son tan indistintos que el meditador no encuentra nada para observar. Descubre que no puede haber conocimiento sin objeto. Cuando la observación de los movimientos del abdomen no es posible, debería prestar atención a la postura de sentado y a los puntos de contacto o a la postura de acostado y a los puntos de contacto. Los puntos de contacto se deben observar alternativamente. Por ejemplo, después de notar “sentado,” note la sensación de contacto en el pie derecho (causada por su contacto con el suelo o asiento). Después de notar “sentado,” note la sensación de contacto en el pie izquierdo. De la misma manera, note la sensación de contacto en distintos lugares. Nuevamente, observando el proceso visual y auditivo, el meditador comprende con claridad que la conciencia visual surge debido al contacto entre ojo y el objeto visual y la conciencia auditiva surge debido al contacto entre el oído y el sonido.

Además, reflexiona: “Los procesos materiales de doblar, extender, etc., siguen a los procesos mentales de la intención de doblar, extender, etc.” Reflexiona de nuevo: “El cuerpo siente calor o frío debido al elemento calórico; el cuerpo depende del alimento y la nutrición; la conciencia ocurre porque hay objetos a ser conocidos: la conciencia visual ocurre porque hay objetos visuales, la conciencia auditiva ocurre porque hay sonidos y también porque existen los órganos de los sentidos, ojos, oídos, etc., como factores condicionantes. La intención y la observación son el resultado de experiencias anteriores; todos los tipos de sensaciones son consecuencia de acciones (kamma) anteriores en el sentido de que los procesos mentales y materiales tienen lugar desde el momento de concepción debido a las acciones (kamma) anteriores. No hay nadie que ha creado este cuerpo y mente, y todo lo que ocurre tiene una causa.” Tales reflexiones ocurren al meditador mientras está observando los objetos cuando éstos ocurren. Él no se detiene a reflexionar. Mientras observa surgir los objetos, estas reflexiones son tan rápidas que parecen automáticas. El meditador debe notar: “Reflexionando, reflexionando, reconociendo, reconociendo,” y continuar observando los objetos de la manera usual. Después de haber reflexionado que los procesos materiales y mentales observados están condicionados por procesos previos de una misma naturaleza, el meditador reflexiona seguidamente que el cuerpo y la mente en las existencias anteriores fueron condicionados por causas precedentes; que en las futuras existencias el cuerpo y la mente serán el resultado de las mismas causas, y que aparte de este proceso dual no existe un ‘ser’ o ‘persona’ separada, solamente causas y efectos. Tales reflexiones deben ser notadas y posteriormente se debe continuar contemplando de la manera usual. En aquellas personas con inclinaciones intelectuales, estas reflexiones serán muchas y menos para aquellas sin estas inclinaciones. De una u otra manera, todas estas reflexiones deben ser observadas con energía. Observándolas ellas se reducirán a un mínimo, permitiendo a la meditación progresar sin el impedimento de un exceso de las mismas. Se debe dar por sentado que un mínimo de estas reflexiones es aquí suficiente.


Cuando se practica intensivamente la concentración, el meditador podría experimentar sensaciones insoportables, tales como comezón, dolor, calor, pesadez, rigidez. Si la observación con atención es descontinúa, tales sensaciones desaparecerán. Cuando se reanuda la observación, reaparecerán. Tales sensaciones ocurren como consecuencia de la sensibilidad natural del cuerpo y no son los síntomas de una enfermedad. Si se observan con intensa concentración, desaparecerán gradualmente.

Si a veces el meditador ve imágenes de todo tipo como con sus propios ojos; por ejemplo, Buddha se aparece con su divino resplandor; una procesión de monjes en el cielo; pagodas e imágenes de Buddha; encuentro con los seres queridos; árboles o bosques, cerros o montañas, jardines, edificios; cuerpos hinchados o esqueletos; nuestro cuerpo hinchado, cubierto de sangre, desecho en pedazos y reducido a un mero esqueleto, las entrañas y órganos vitales y aun gusanos; los habitantes del infierno y del cielo. Éstas no son otra cosa que criaturas de nuestra imaginación, agudizada por la intensa concentración. Estas visiones son similares a aquellas que ocurren en los sueños. Ellas no deben ser ni bienvenidas y disfrutadas ni debe asustarse de ellas. Estos objetos que aparecen durante el curso de la contemplación no son reales, son meras imágenes o imaginaciones; en cambio, la mente que conoce estos objetos es real. Pero, los procesos puramente mentales, inconexos con los cinco sentidos, no son fáciles de distinguir con claridad y detalle. Por lo tanto, atención principal se debería dar a los objetos de los sentidos que pueden ser fácilmente observados y a aquellos procesos mentales que ocurren en conexión con las percepciones de los sentidos. Entonces, el meditador debe observar cualquier objeto que aparece, repitiendo mentalmente, “viendo,” “viendo,” hasta que desaparece. El objeto se alejará, desaparecerá o se desvanecerá. Al comienzo, esto requerirá varias observaciones, digamos de cinco a diez. Pero cuando se ha desarrollado la concentración, el objeto desaparecerá después de un par de observaciones. Sin embargo, si el meditador desea disfrutar el objeto visual o mirarlo detenidamente o, por lo contrario, si se asusta del mismo; es probable que el objeto permanecerá por algún tiempo. Si el objeto se origina deliberadamente; luego, a causa del placer, éste durará por mucho tiempo. Entonces, se debe tener cuidado de no pensar o inclinarse hacia objetos externos cuando la concentración es buena. Si tales pensamientos aparecen, deben ser observados y eliminados inmediatamente. Es el caso de algunas personas que no experimentan objetos o sensaciones extraordinarias; y mientras contemplan de la manera usual, sienten pereza. Ellos deben observar la pereza: “pereza,” “pereza,” hasta que se elimina. En esta etapa, ya sea que se experimenten objetos o sensaciones extraordinarias o no, los meditadores distinguen claramente la fase inicial, intermedia y final de cada observación. Al comienzo de la práctica, durante la observación de un objeto, tenían que dirigir la atención hacia la ocurrencia de un objeto diferente; no distinguían con claridad la desaparición del objeto previo. Ahora, después de observar la desaparición de un objeto, ellos notan el nuevo objeto que surge. De esta manera, tienen un conocimiento claro de la fase inicial, intermedia y final del objeto observado.

En esta etapa, cuando adquiere práctica, el meditador percibe en cada acto de observación que el objeto aparece repentinamente y desaparece instantáneamente. Su percepción es tan clara que reflexiona así: “Todo tiene un final; todo desaparece. Nada es permanente; todo es realmente impermanente.” Su reflexión está de acuerdo con lo expresado en el Comentario de las Escrituras Pali: “Todo es impermanente en el sentido de destrucción, inexistencia después de haber sido.” Además reflexiona: “Es debido a la ignorancia que nosotros disfrutamos de la vida. Pero en realidad no hay nada que disfrutar. Hay un continu surgir y cesar que siempre nos está acosando. Esto es realmente terrible. En cualquier momento podríamos morir y, cuando esto ocurra, todo seguro terminará. Esta impermanencia universal es realmente espantosa y terrible.” Su reflexión está de acuerdo con lo expresado en los Comentarios: “Lo que es impermanente es sufrimiento; sufrimiento en el sentido de terror; sufrimiento en el sentido de opresión por el surgir y el cesar.” Nuevamente, cuando experimenta dolor, reflexiona así: “Todo es sufrimiento; Nada es satisfactorio.” Esta reflexión coincide con lo se dice en el Comentario: “Él percibe el sufrimiento como una púa, como un hervor, como un dardo.” Además él reflexiona: “Esto es una totalidad de sufrimiento; el sufrimiento es inevitable. Surgiendo y desapareciendo, carece de valor. Este proceso no puede ser detenido. Está más allá de nuestro poder. (Este proceso) sigue su curso natural.” Estos pensamientos están de acuerdo con el Comentario que dice: “Aquello que es sufrimiento es impersonal; impersonal en el sentido de no poseer substancia, debido a que no podemos ejercer control sobre él.” El meditador debe observar todas estas reflexiones y continuar contemplando de la manera usual.

Habiendo de esta manera percibido las tres características por medio de la experiencia directa, el meditador, infiriendo de la experiencia directa de los objetos observados, comprende que todos los objetos aún no observados (objetos futuros) son impermanentes, sujetos al sufrimiento e impersonales.

Con relación a los objetos que no se han experimentado personalmente, concluye: “Ellos también tienen las mismas características: son impermanentes, sufrimiento e impersonales.” Ésta es una inferencia a partir de su experiencia directa actual. Esta comprensión no es lo suficientemente clara para aquellos con una capacidad intelectual limitada o conocimiento limitado y que no prestan atención a la reflexión y continúan notando los objetos. Pero tal comprensión ocurre con frecuencia a aquellos propensos a la reflexión; y, en algunos casos, podría ocurrir en cada acto de observación. Sin embargo, la excesiva reflexión es un impedimento para el progreso en la práctica. Aun si en esta etapa tales reflexiones no ocurren; en las etapas superiores la comprensión será cada vez más clara. Por lo tanto, no se debería prestar atención a tales reflexiones. Durante la contemplación habitual, el meditador debe notar también estas reflexiones si ocurren, pero no debería contemplar en ellas.

Después de comprender las tres características, el meditador ya no reflexiona pero procede con la observación de aquellos objetos mentales y materiales que se van presentando continuamente. Cuando las cinco facultades mentales; es decir fe, energía, atención completa, concentración y sabiduría, están correctamente balanceadas, el proceso mental de observación se acelera, como si se elevara, y los procesos materiales y mentales a ser observados también ocurren más rápidamente. Durante el momento de inspiración, el ascenso del abdomen se presenta en rápida sucesión, y el descenso también es más rápido. Una rápida sucesión es también evidente en el proceso de doblar y extender. Aun los movimientos leves se difunden por todo el cuerpo. En algunos casos, sensaciones de escozor y comezón aparecen momentáneamente en rápida sucesión. En general estas sensaciones son difíciles de soportar. El meditador no puede seguir al mismo paso esta rápida sucesión de diversas experiencias si intenta observarlas por su nombre. La observación aquí se debe realizar de una manera general, pero con atención completa. En esta etapa no es necesario tratar de observar los detalles de los objetos ocurriendo en rápida sucesión, pero hay que observarlos de una manera general. Si desea rotularlos, una designación colectiva es suficiente. Si intenta seguirlos detalladamente, pronto se cansará. Lo importante es observar con claridad y comprender lo que está ocurriendo. En esta etapa, la contemplación usual de unos pocos objetos seleccionados se debería dejar de lado y se debería atender cada objeto que se presenta en las seis puertas de los sentidos. Sólo cuando uno no está familiarizado con este tipo de observación, debería regresar a la contemplación habitual.

Los procesos materiales y mentales son una cantidad de veces más rápidos que un parpadeo o un relámpago. Pero, si el meditador continúa simplemente observando estos procesos, puede comprender completamente cuando éstos ocurren. La atención completa es muy firme. En consecuencia, la atención completa aparece como si se arrojase hacia el objeto que surge. El objeto también aparece como encontrándose con la atención completa. Uno comprende cada uno de los objetos clara e individualmente. El meditador después comprende: “Los procesos materiales y mentales son realmente muy rápidos. Ellos son tan rápidos como una máquina o un motor. Y aún, ellos pueden ser observados y comprendidos. Tal vez, no hay nada más que conocer. Aquello a ser comprendido ha sido comprendido.” Él piensa de esta forma porque conoce por experiencia directa lo que antes ni había soñado.

Como resultado de la meditación, una luz brillante se aparece al meditador. También experimenta arrobamiento, que produce piel de gallina, lágrimas, temblor en los miembros. Experimenta una emoción sutil y regocijo. Se siente como si estuviera en un columpio. Incluso, se pregunta si está simplemente mareado. Experimenta tranquilidad mental y con ésta, agilidad mental. Cuando está sentado, parado o acostado, se siente muy cómodo. Tanto el cuerpo como la mente son ágiles en su funcionamiento, son dóciles porque pueden atender el objeto deseado; son manejables porque pueden atender los objetos por cualquier espacio de tiempo. No siente rigidez, calor, dolor. La mente penetra los objetos con facilidad. La mente es sana y recta y uno desea evitar completamente el mal. Debido a una fe inconmovible, la mente es muy radiante. Cuando no hay objetos para observar, la mente permanece tranquila por un largo tiempo. Surgen pensamientos tales como: “Realmente Buddha es omnisciente. Verdaderamente, los procesos materiales y mentales son impermanentes, sujetos al sufrimiento e impersonales.” Mientras observa los objetos, comprende con claridad las tres características. Desea aconsejar a los demás para que practiquen meditación. Libre de somnolencia y sopor, su energía no es ni laxa ni tensa. Experimenta ecuanimidad asociada con la penetración. Su felicidad excede aquella experimentada antes. Entonces, desea comunicar sus experiencias y sensaciones a los demás. Además se manifiesta un sutil apego que disfruta la experiencia de la luz brillante, de la atención completa y del arrobamiento. Piensa que ésta es la bendición de la meditación.

El meditador no debería reflexionar en estos eventos. Cuando cada uno de ellos ocurre, debería observarlos: “Luz brillante,” “fe,” “arrobamiento,” “tranquilidad,” “regocijo,” etc. Cuando hay luminosidad, debería notar este fenómeno como “luminosidad,” hasta que desaparezca; y similarmente para los otros casos. Cuando la luminosidad aparece, al comienzo existe la tendencia a olvidar la observación y a disfrutar de la luminosidad. Incluso si el meditador observa atentamente la luminosidad, ésta estará mezclada con sensaciones de arrobamiento y regocijo; y es posible que permanezca. Sin embargo, más tarde se acostumbrará a estos fenómenos y continuará observándolos claramente hasta que desaparezcan. A veces la luminosidad es tan brillante que es difícil hacerla desaparecer con la mera observación. En tal caso, debería dejar de prestar atención a la misma y observar enérgicamente cualquier otro objeto que surge en el cuerpo. El meditador no debería ponderar si la luz brillante todavía está allí. Si lo hace, es posible que vea la luz. Si tal pensamiento ocurre, debería eliminarlo mediante la observación vigorosa del mismo. Cuando la concentración es intensa, no sólo una luz brillante sino también aparecerán otros objetos extraordinarios; éstos podrían continuar su manifestación si se inclina hacia uno u otro. Si tal inclinación ocurre, el meditador debe notarla rápidamente. En algunos casos, aun si no hay tal inclinación hacia algún objeto en particular, objetos tenues aparecen uno después de otro como los vagones de un tren. El meditador debería responder a tales imágenes visuales simplemente notando: “Viendo,” “viendo,” y cada objeto desaparecerá. Cuando la concentración se debilita, los objetos podrían volverse más claros. En este caso, cada uno debe ser observado hasta que todo el “tren” de objetos finalmente desaparece.

Debe reconocer que apreciar la inclinación hacia fenómenos tales como luminosidad y apegarse a éstos, es una actitud errónea. La actitud correcta, que está de acuerdo con el sendero hacia la penetración, es observar estos objetos con atención completa y sin apego hasta que desaparezcan. Cuando el meditador continúa aplicando la atención al cuerpo y la mente, su capacidad de penetración aumentará en claridad. Percibirá más claramente el surgir y el cesar de los procesos materiales y mentales. Descubrirá que cada objeto surge en un lugar y en ese mismo lugar cesa. Descubrirá que la ocurrencia previa es una cosa y la ocurrencia siguiente es otra. En cada acto de observación, comprende las características de impermanencia, sufrimiento e impersonalidad. Después de haber contemplado así por bastante tiempo, podría pensar: “Esto es seguramente lo mejor que se puede alcanzar. No puede haber algo mejor.” Se siente tan satisfecho con su progreso que posiblemente interrumpirá la práctica y se relajará. Sin embargo, no debería relajarse en esta etapa, sino continuar con la práctica de observar los procesos materiales y mentales ininterrumpidamente por más tiempo.

Cuando la práctica ha mejorado y la contemplación ha madurado, el surgir de los objetos ya no es aparente; el meditador nota sólo la desaparición de los mismos. Ellos desaparecen con rapidez, y también los procesos mentales de observación. Por ejemplo, mientras observa el ascenso del abdomen, este movimiento desaparece velozmente. Igualmente desaparece el proceso mental de observación. De esta manera, el meditador comprende claramente que tanto el ascenso del abdomen y su observación desaparecen inmediatamente, uno después del otro. Lo mismo es válido para el caso del descenso del abdomen, la postura de sentado, doblar o extender un brazo o pierna, rigidez en los miembros, etc. La observación del objeto y el conocimiento de su desaparición ocurren en rápida sucesión. Algunos meditadores perciben distintamente tres fases: notar un objeto, su desaparición y la cesación de la conciencia que conoce la desaparición del objeto; todos en rápida sucesión. Sin embargo, es suficiente conocer, a la par, la desaparición del objeto y la cesación de la mente que observa tal desaparición.

Cuando el meditador puede notar con claridad estos pares (objeto y mente) sin interrupción, las partes específicas como cuerpo, cabeza, mano, pierna ya no son aparentes y se le manifiesta la idea de que todo está desapareciendo, desvaneciéndose. En esta etapa, es probable que piense que su contemplación no es enteramente satisfactoria. Pero en realidad no es así. La mente, por regla general, se regocija demorándose en los partes específicas y las formas. Debido a la ausencia de las mismas, la mente está buscando satisfacción. En realidad, esto es la manifestación de progreso en la meditación. Al comienzo, son las partes específicas las que se notan con claridad, pero ahora su desaparición se nota primero, debido al progreso en la meditación. Sólo después de una reiterada reflexión, las partes específicas aparecen de nuevo; pero si ellas no son observadas el hecho de la disolución reaparece y permanece. Entonces, descubre por experiencia directa la verdad del dicho: “Cuando un nombre o una designación se manifiesta, una verdad yace oculta; cuando la verdad se revela, el nombre o la designación desaparece.”

Cuando el meditador observa los objetos claramente, piensa que sus observaciones no son lo suficientemente precisas. De hecho, la contemplación es tan rápida y clara que él puede conocer hasta los momentos de conciencia de continuidad vital entre los procesos de cognición. Cuando se propone realizar una acción, por ejemplo, doblar o extender el brazo, y prontamente nota la intención que luego desaparece, el resultado es que no puede doblar o extender por algunos momentos. En este caso, debería desviar su atención y contemplar los fenómenos en las seis puertas de los sentidos.

Si el meditador extiende su contemplación sobre todo el cuerpo, de la manera habitual, comenzando con la observación de la dilatación y contracción del abdomen, pronto ganará impulso; y, luego, debería continuar sucesivamente notando los puntos de contacto y su conocimiento o la conciencia visual y su conocimiento o la conciencia auditiva y su conocimiento, etc. Si durante la contemplación siente agitación o cansancio, debería regresar a observar el ascenso y descenso del abdomen. Después de algún tiempo, cuando ha ganado ímpetu, debería observar cualquier objeto que se manifiesta en el cuerpo.

Cuando puede contemplar bien en diversos objetos, aun si no observa los objetos con vigor, comprende que lo que oye desaparece, que lo que ve desaparece, sin continuación entre ellos. Esto es comprender las cosas como realmente son. Algunos meditadores no ven claramente lo que está ocurriendo porque la disolución es tan rápida que ellos piensan que el sentido de la vista está empeorando o que están mareados. Pero no es así. Simplemente carecen del poder para notar lo que está ocurriendo antes y después; el resultado es que ellos no distinguen las partes específicas o las formas. En este caso, deberían relajarse y suspender la contemplación. Pero los procesos materiales y mentales continúan ocurriendo, y la mente espontáneamente continúa observándolos. El meditador podría decidir dormir, pero no se duerme; y permanece en buen estado y alerta. No debe preocuparse por la pérdida de sueño porque a causa de esto no se sentirá indispuesto o enfermo. Debería continuar observando con vigor y comprobará que su mente es capaz de percibir completa y claramente los objetos.

Cuando está ocupado observando continuamente tanto la disolución de los objetos y el conocimiento de los mismos, reflexiona: “Nada permanece aun por un parpadeo o un relampaguear. Esto no lo había comprendido anteriormente. Así como cesó y desapareció en el pasado también cesará y desaparecerá en el futuro.” Debe notar esta reflexión. Además, durante la contemplación, el meditador posiblemente tendrá un sentimiento de temor. Él reflexiona: “Uno disfruta la vida sin conocer la verdad. Ahora que uno conoce la verdad de la continua disolución, es realmente terrible. En cada momento de disolución uno puede morir. El comienzo de esta vida es realmente terrible. Igualmente son las incesantes repeticiones del surgir (de la materia y mente). Terrible es sentir que en ausencia de la realidad de las partes específicas y formas, las ocurrencias aparecen ser reales. Terribles son los esfuerzos para detener el continuo cambio de los fenómenos para lograr el bienestar y la felicidad. Terrible es renacer porque siempre habrá una recurrencia de objetos que surgen y desaparecen. Realmente terrible es la vejez, la muerte, la pena, el lamento, el dolor, el pesar y la desesperanza.” Tales reflexiones deben ser observadas y luego desechadas.

A continuación el meditador no encuentra nada de qué depender y se siente como debilitado tanto mental como físicamente. Se siente abatido. Ya no está más alegre y espiritoso. Pero no debería desesperarse. Esta condición es un signo de progreso en la meditación. No es nada más que sentirse infeliz ante el sentimiento de temor. Debe observar tal reflexión y mientras continúa observando los objetos que surgen, uno después de otro, esta sensación desagradable pronto desaparecerá. Sin embargo, si deja de contemplar por algún tiempo; el pesar se arraigará y el temor lo subyugará. Este tipo de temor no esta asociado con la contemplación. Por lo tanto, se debe tener cuidado para prevenir la ocurrencia del mismo por medio de la observación vigorosa.

Nuevamente durante la contemplación, es posible que encontrará fallas, de la siguiente manera: “Este proceso corporal y mental, siendo impermanente, es insatisfactorio. No es bueno haber nacido. Tampoco es bueno continuar existiendo. Es una desilusión ver la apariencia de las partes específicas y las formas de los objetos cuando éstos no son reales. Es vano el esfuerzo para lograr el bienestar y la felicidad. Nacer no es deseable. Terribles son la vejez, la muerte, el lamento, el dolor, el pesar y la desesperanza.” Una reflexión de esta naturaleza se debe también observar.

Luego, existe la inclinación a pensar que el cuerpo y la mente, el objeto y la mente que observa, son muy toscos, bajos e inútiles. Observando el surgir y el cesar, siente repugnancia. Podría ver su propio cuerpo deteriorarse y descomponerse. Considera su propio cuerpo como algo muy frágil.

En esta etapa, durante la contemplación de todo lo que ocurre en su cuerpo y mente, el meditador siente disgusto. A pesar de que reconoce claramente la disolución mediante una serie de correctas observaciones, ya no está más alerta y espiritoso. Su contemplación está asociada a una sensación de disgusto. Siente pereza para continuar contemplando. A pesar de esto, no puede evitar seguir contemplando. Por ejemplo, es como aquella persona que siente disgusto a cada paso cuando tiene que caminar en un sendero barroso y sucio y no puede detenerse. No puede evitarlo, debe continuar caminando. A este punto, ve el cuerpo humano sujeto al proceso de disolución; y no le agrada la perspectiva de renacer como un ser humano, hombre o mujer, rey o multimillonario. Tiene el mismo sentimiento hacia los planos celestiales.

Cuando, debido a este conocimiento, siente disgusto con respecto a cada objeto observado, experimentará el deseo de abandonar o liberarse de estos objetos. Ver, oír, tocar, reflexionar, pararse, sentarse, doblar, extender, notar; desea liberarse de todos ellos. Debería notar este deseo. Ahora anhela liberarse de los procesos materiales y mentales. Reflexiona: “Cada vez que los observo, encuentro que se repiten; estas repeticiones son todas malas. Es mejor que deje de observarlas.” Debería tomar nota de tal reflexión.

Algunos meditadores, cuando reflexionan de esta manera, en efecto abandonan la observación de los objetos. A pesar de esto, los objetos no dejan de manifestarse; es decir, ascenso, descenso, doblar, extender, intención, etc. Ellos continúan ocurriendo como siempre. La observación de los distintos objetos también continúa. Entonces, se siente satisfecho, y reflexiona así: “A pesar de que dejo de observar los procesos corporales y mentales, los objetos continúan manifestándose. Ellos están manifestándose y la conciencia de los mismos está allí, por sí misma. Entonces, la liberación de ellos no puede ser alcanzada por medio del mero abandono de la observación. Ellos no pueden se abandonados de esta manera. Observándolos de la manera usual, las tres características de la existencia se comprenden completamente y, luego, sin prestar atención a las mismas se alcanza el estado de ecuanimidad. La cesación de estas formaciones (objetos mentales y materiales), el Nibbana, será realizado. La paz y la felicidad vendrán.” Entonces, reflexionando con regocijo, continúa observando las formaciones. En este caso, aquellos meditadores que no son capaces de reflexionar de esta forma, continuarán su meditación después de sentirse satisfechos de las explicaciones de sus maestros.

Tan pronto como continúan meditando, alcanzan ímpetu y usualmente, en esta oportunidad, en algunos casos, distintas sensaciones de dolor ocurren. Esto no debe causar preocupación. Es sólo la manifestación de la característica inherente de esta abundancia de sufrimiento. El Comentario dice lo siguiente: “Percibiendo los cinco agregados como sufrimiento, como una enfermedad, como una llaga, como un dardo, como una calamidad, como una aflicción, etc.” Si tales sensaciones dolorosas no se experimentan, alguna de las cuarenta características de impermanencia, sufrimiento e impersonalidad será aparente en cada acto de observación. A pesar de que el meditador está observando correctamente, piensa que no lo está haciendo bien. Piensa que la conciencia que observa y el objeto observado no están lo suficientemente cerca. Esto es debido a que él está demasiado ansioso en comprender completamente las tres características. Insatisfecho con su contemplación, frecuentemente cambia de postura. Durante el período de meditación sentado piensa que contemplará mejor caminando. Mientras camina desea retornar a meditar sentado. Después que se ha sentado cambia la posición de sus miembros. Desea ir a otro lugar; desea acostarse. Aunque hace estos cambios no permanece por mucho tiempo en una posición determinada. Nuevamente se siente intranquilo. Pero no debería desesperarse. Todo esto ocurre porque ha comprendido la naturaleza real de las formaciones y también porque todavía no ha alcanzado el “conocimiento de ecuanimidad hacia las formaciones” (sankharupekkha-ñana). Está progresando y, aún así, piensa lo contrario. Debería tratar de permanecer en una sola postura, y sentirse a gusto en la misma. Continuando la observación de los objetos con vigor, su mente gradualmente se volverá tranquila y brillante. Y finalmente la intranquilidad desaparecerá totalmente. Cuando el “conocimiento de ecuanimidad hacia las formaciones” ha madurado, la mente es muy clara y podrá observar los objetos muy lúcidamente. La observación se realiza fácilmente como si no se necesitara esfuerzo. Los objetos sutiles, también, se observan sin esfuerzo. Las reales características de impermanencia, sufrimiento e impersonalidad son evidentes sin necesidad de reflexionar. Cuando surge alguna sensación, la atención se dirige al lugar del cuerpo donde ésta surge, pero la sensación del tacto es tan suave como el algodón. A veces, los objetos a ser notados en todo el cuerpo son tantos que la observación se debe acelerar. Tanto el cuerpo como la mente aparecen como empujando hacia arriba. Los objetos observados disminuyen y pueden ser observados fácil y tranquilamente. A veces las formaciones corporales desaparecen totalmente dando lugar solamente a las formaciones mentales. Luego el meditador experimentará arrobamiento como disfrutando de una lluvia de pequeñas partículas de agua. También se llena de serenidad. Podría también percibir luminosidad como un cielo claro. Sin embargo estas experiencias no lo influencian excesivamente. No siente un gran gozo. Pero aún disfruta de estas experiencias. Debe observar la alegría. También debe observar el arrobamiento, la serenidad y la luminosidad. Si ellas no desaparecen cuando son observadas, debería ignorarlas y notar cualquier otro objeto que se presenta.

En esta etapa se siente satisfecho con el conocimiento de que no existe un yo, una personalidad, lo mío, él o lo de él; sólo formaciones, formaciones que observan formaciones. También siente regocijo observando los objetos uno después de otro. No se cansa de notar los objetos uno después de otro. No se cansa de observarlos por mucho tiempo. Está libre de las sensaciones de dolor. Puede permanecer por mucho tiempo en la postura que elija. Ya sea sentado o acostado puede continuar contemplando por dos o tres horas sin experimentar ninguna incomodidad, sin cansarse. Cuando su intención es contemplar por un rato, podría continuar por dos o tres horas. Aun después de este período su postura es tan firme como al comienzo.

A veces las formaciones ocurren rápidamente y las observa bien. Podría sentir ansiedad con respecto a que es lo qué le ocurriría. Debería observar esta ansiedad. Si piensa que está progresando, debería observar este pensamiento. Si espera progresar en la contemplación, debería observar estas expectativas. Debería notar constantemente cualquier objeto que ocurre. No debería usar demasiado esfuerzo ni relajarse. En algunos casos, debido a la ansiedad, a la alegría, al apego o a las expectativas la observación se vuelve laxa y retrógrada. Aquellos que piensan que el objetivo está muy cerca contemplan con gran energía. Mientras esto ocurre, la observación se vuelve laxa y se retrocede. Esto ocurre porque una mente agitada no se puede concentrar correctamente en las formaciones. De esta manera, cuando la contemplación va bien, el meditador debe continuar sin parar; esto significa que no debería relajarse ni poner demasiado esfuerzo. Si continúa sin cesar, rápidamente realizará el fin de las formaciones y el Nibbana. En el caso de algunos meditadores, ellos podrían, en esta etapa, levitar y caer una y otra vez. Deberían no desesperarse sino continuar con determinación. Se debe prestar atención a cualquier objeto que se presenta en las seis puertas. Sin embargo, cuando la observación procede fácil y calmamente, la contemplación extendida de esta manera no es posible. Entonces, la observación debería comenzar ganando ímpetu hasta que se vuelve fácil y calmada.

Si el meditador comienza con los movimientos del abdomen o con algún otro objeto corporal o mental, descubrirá que está ganando ímpetu. Luego la observación procederá fácil y tranquilamente por sí misma. Ocurrirá que observa con facilidad el cese y la desaparición de las formaciones. A este punto, su mente está libre de todas las impurezas. Por más agradable y tentador que el objeto sea, no es así para él. A la inversa, por más desagradable que un objeto sea, no es así para él. Él simplemente ve, oye, huele, gusta, siente el tacto y conoce. Con los seis tipos de ecuanimidad descritos en las Escrituras observa todas las formaciones. No es consciente aun del tiempo en que está dedicado a la contemplación. Ni reflexiona de ninguna manera. Pero si no desarrolla el suficiente progreso en la contemplación para alcanzar el “conocimiento del sendero y su fruición” (magga y phala) en dos o tres horas, la concentración se vuelve laxa y sobreviene la reflexión. Por otra parte, si está haciendo buen progreso, podría anticipar mayor progreso. Se sentirá tan satisfecho con su resultado que experimentará un retroceso. Debe eliminar tales expectativas o reflexiones por medio de la simple observación. La continua contemplación alcanzará nuevamente progreso con facilidad. Pero si aún no se ha alcanzado suficiente poder de concentración, ésta nuevamente se vuelve laxa. Algunos meditadores progresan y retroceden de esta forma una y otra vez. Aquellos que están informados de las distintas etapas del progreso en la meditación por medio del estudio (o por haber oído) encuentran estos altibajos. Por lo tanto, no es bueno para el estudiante que medita bajo la supervisión de un maestro, interiorizarse con estas etapas antes de comenzar la meditación. Es para el beneficio de aquellos que tienen que meditar sin la ayuda de un maestro que estas etapas han sido aquí descritas.

A pesar de tales fluctuaciones en el progreso, el meditador no debe dejarse sobreponer por la desilusión o la desesperación. Ahora él está, por así decirlo, en el umbral de magga y phala (el sendero y la fruición de los estados de santidad). Tan pronto como las cinco facultades (indriya), fe, energía, atención completa, concentración y sabiduría, estén equilibradas, alcanzará magga y phala y el Nibbana.

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